Coordinando


Hoy en clase hemos estado hablando sobre la organización de un centro escolar de Educación Secundaria. ¿Qué partes debe tener? ¿Cómo debe ser el organigrama? ¿Hay libertad para estructurarlo? Siempre debe haber un equipo directivo y un equipo de coordinación, y las tareas de cada grupo se pueden asignar de un modo un poco más libre a cada puesto: director, jefe de estudios, secretarios, profesores, delegados de administraciones públicas, representantes de alumnos, de trabajadores, del personal de administración y servicios (PAS)…

Tras observar algunas maneras diferentes de organizar todo el caos que parece conformar la puesta en marcha de un instituto (y que pueden pasar por organigramas donde algunos puestos estés saturados de responsabilidades a otros donde la estructura jerárquica parezca corresponder con la de una empresa), nos hemos dividido en grupos y, teniendo cada uno un papel (director, jefe de estudios, etc.), nos hemos reunido y hemos “organizado” un instituto imaginario: debíamos ponerle un nombre, un lugar, una definición de lo que considerábamos como educación y una serie de valores que íbamos a transmitir a nuestros alumnos, así como aquellos problemas a tratar en debates y aquellos conflictos familiares que se pudieran trasladar al aula. El resultado ha sido el siguiente:

En un alarde de peloteo y buena fe, hemos bautizado nuestro instituto como IES Xoán González. Se trata de un centro de educación urbano situado en la provincia de Murcia y en el que se ofrecen estudios de Secundaria y de Bachillerato. Para nosotros, educación es la “abstracción de contenidos culturales, cívicos y sociales y su posterior puesta en práctica” con el fin de desarrollar jóvenes concienciados con el medio en el que se encuentran y con espíritu crítico. En cuanto a los valores que buscamos comunicar a nuestros estudiantes, hemos dividido las posibilidades en varios niveles en un orden piramidal, por lo que solo se puede llegar al nivel más alto a través de los demás:

  • El más bajo de todos y, por lo tanto, el más básico, es aquel en el que influye el contexto: un respeto por la salud (comida, higiene…) y por la familia (un entorno familiar sano es que el primer requisito para el desarrollo de un buen estudiante).
  • Inmediatamente después, aquél que tiene que ver con la motivación, como las amistades, la pareja y el tiempo de ocio. Un alumno motivado lleva la mitad del camino hecho.
  • Por encima se encontrarían aquellos valores de orientación personal, tales como una moralidad aceptable, una vida sexual satisfactoria y, en menor medida (dependiendo del contexto en el que se mueva el alumno), los temas políticos y religiosos.
  • En el último nivel se hallarían aquellos valores que están más estrechamente relacionados con la labor educativa: los estudios, la formación y la competencia profesional; el trabajo y, unido a este último, la posibilidad de ganar dinero y conseguir la independencia económica.


Más adelante debíamos tratar una serie de temas, la mayoría de ellos socialmente polémicos, para ver cómo debían ser tratados en el aula y en qué manera podían entrar en el contenido curricular o no. La variedad tan amplia de temas propuestos nos hizo decantarnos por no hacer una enumeración o una pirámide como en el caso anterior, sino dividirlos en dos grupos: uno, que se centraría en los temas perfectamente admisibles (la adopción por parte de parejas homosexuales o el divorcio), y otro con los temas que no se deben admitir bajo ningún concepto (violencia machista o terrorismo). Aunque todos son debatibles, hemos dejado alguno a debate para que sean los propios alumnos los que, contrastando opiniones, puedan desarrollar su propia idea sobre el tema (aborto, clonación de personas, suicidio o drogas).

El último punto tenía que ver con las razones por las cuales, según nosotros, se originaban más discusiones entre hijos y padres. Para este punto hemos tenido más en cuenta la opinión de nuestra compañera que hacía el papel de “hija/alumna”. El resultado es que las razones por las que más se discute son el respeto por el orden doméstico, las amistades y el alcohol, mientras que la política o la religión genera menos tensiones en el núcleo familiar.

Está claro que este experimento no era más que una pequeña prueba para ver cómo de fácil o difícil era ponerse de acuerdo en un grupo medianamente grande, pero, aunque no ha habido ningún problema, sí nos hemos podido hacer a la idea de lo complicado y difícil que tiene que ser para un profesor no ya dar clase a varios grupos de adolescentes (que bastante es ya), sino tomar decisiones y adquirir responsabilidades que poco tienen que ver con la docencia. El resultado siempre es el mismo: ¡la unión hace la fuerza! 

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